preloader

Turismo por Extremadura

Experiencia por: @_fSp_Pedro
Categoría: Ficción
Fecha: 25/10/22

Siempre me ha gustado mucho viajar. Escapar de lo conocido, ver otras ciudades, otra gente, otras culturas. Y tras años y años descubriendo sitios maravillosos he acumulado muchas anécdotas, pero la mejor sin duda es la que voy a contar aquí.
Ocurrió en el invierno de 2018. Siempre me suelo guardar una semana de vacaciones a finales de noviembre, y ese año decidí hacer un poco de turismo nacional. Y, aunque prefiero no decir dónde fui exactamente, sí que puedo contar que fue por la zona de Extremadura. Al no contar con mucho presupuesto decidí hospedarme en un albergue de la zona. Lo de estar una semana en un hotel era un lujo que no podía permitirme, y siempre me ha gustado el buen rollo de la gente que viaja sin mucha pasta, simplemente por el placer de viajar.
Llegué allí un viernes a última hora de la tarde. El albergue estaba muy bien. Tenía dos plantas: en la planta baja había dos habitaciones, la zona de cocina/comedor y un baño; en la segunda, otras tres habitaciones y otro baño; y un último baño más se situaba en una entreplanta, a mitad de una escalera (nunca llegué a entender por qué lo pusieron allí, alejado de todo). Me atendió una
recepcionista muy maja y, tras darme una toalla y unas sábanas, me acompañó a mi habitación. Era una de las del segundo piso, no muy amplia, con cuatro literas, unas taquillas y un pequeño balcón. Estaba yo solo, ya que, como me explicó la chica, era temporada baja y ese fin de semana no había ningún evento de importancia en la ciudad. Elegí una de las camas de abajo, la más cercana a la
puerta, me fumé un cigarro en el balcón, guardé mis cosas en una taquilla y salí a dar un paseo.
Tras pasar el fin de semana visitando muchas cosas con las que no me voy a entretener, llegó el lunes. Ese día fui a visitar un pueblo cercano y volví tarde en el autobús. Al llegar al albergue entré en mi habitación, encendí la luz y vi que había llegado alguien más. En la litera del fondo, al lado de la mía, unas maletas y alguien liado en las sábanas en la cama de abajo. Como no quería molestar,
apagué la luz, me desvestí haciendo el menor ruido posible y me metí en la cama. No suelo utilizar pijama para dormir, me gusta hacerlo en calzoncillos, y que el albergue no escatimara en calefacción me venía bien. Escuché un movimiento desde la otra cama y miré, esperando no haber despertado a la otra persona.
Aunque nuestras literas estaban pegadas por el lado más corto (mis pies estarían a pocos centímetros de su cabeza), no se veía muy

bien, poco más que una silueta, y como simplemente se movió un poco me dormí sin preocuparme mucho más.
A la mañana siguiente desperté temprano, cogí mi toalla y fui a la ducha. Los baños eran comunes, con las duchas divididas por una pequeña pared que llegaba desde los pies hasta la altura del pecho. Tras ir usar el váter, darme una ducha y lavarme los dientes, volví a la habitación liado con la toalla. Entré de nuevo sin dar la luz por no molestar, pero cuando cerré la puerta escuché una voz grave:
«Buenos días». Encendí la luz y vi a mi compañero de habitación sentado en la cama vestido únicamente con un pantalón largo de pijama. No tuve dificultad para entablar conversación con él mientras abría un poco la persiana para que entrara luz de fuera. Era un chico muy simpático que compartía mi afición a viajar, algo mayor que yo, y con el que me sentí muy cómodo enseguida. Para no
desvelar su nombre creo que podremos llamarle, por ejemplo, Jorge. Se creó un Se creó un muy bien rollo enseguida, y con toda la naturalidad del mundo me quité la toalla y me vestí mientras hablaba con él. Finalmente, quedamos ese mismo día por la
tarde para ir a visitar un pueblecito al que queríamos ir los dos. En esa pequeña excursión nos hicimos bastante amigos.
Como compañeros de habitación seguíamos un poco una misma rutina: yo solía despertarme más temprano, me duchaba y me encontraba a Jorge despierto a la vuelta. Entonces se duchaba él y salíamos a hacer turismo. Volvíamos al albergue, y a dormir.
El miércoles fue un día especialmente cansado en el que fuimos a hacer una ruta de senderismo. Al llegar al albergue, como siempre, nos desvestimos, Jorge se puso su pijama, apagamos la luz y caímos los dos redondos a la cama. Sin embargo, no pasó ni una hora desde que me durmiera cuando me desperté de nuevo. Escuché unos pequeños ruidos que venían de la cama de Jorge y entendí
perfectamente lo que estaba pasando. Pero no lo supe porque lo viera, ya que apenas distinguía su silueta, ni porque lo oyera. Lo supe por el olor. Dos tíos en una habitación cerrada con la calefacción fuerte ya cargan el ambiente, pero si encima uno de ellos se saca la polla y empieza a pajearse, ya os podéis imaginar: el olor a rabo era fuerte. Yo solía aprovechar el momento de la ducha para
desahogarme con una buena paja, ya que me levantaba contento y tan temprano no había nadie en el baño, pero ya veía que Jorge tenía otros horarios. Intenté que no se enterara de que me había despertado para que disfrutara de su momento, pero lo que no pude evitar es que mi rabo se despertara. Tras un rato escuchando cómo se daba placer, empezó a aumentar el ritmo más y más, hasta
que se tensó, se le escaparon unos suspiros, y se corrió. Al olor a rabo se sumó uno más fuerte aún. Tras relajarse, escuché cómo se limpió, se volvió a tapar y se quedó dormido. Yo tenía el rabo que me iba a explotar, y me costó mucho volver
a dormirme mientras pensaba en todo lo que había pasado.
A la mañana siguiente me desperté más tarde de lo normal. Jorge ya estaba desperezándose y, tras saludarnos (con un poco de corte por mi parte), esperé a que se me bajara la erección mañanera, habitual en mi, y salí para la ducha. Cual fue mi sorpresa cuando Jorge me siguió. Claro, esa era su hora de ducharse. La charla por el pasillo, con nuestra confianza habitual, me hizo darme cuenta de
que no había problema ninguno en lo que había visto. Creo que en ese momento acabé de normalizar por completo lo que había pasado la noche anterior. Mientras yo estaba meando él se metió en la ducha y le comenté, con toda la cara del mundo, cómo le había escuchado meneándosela. Nos reímos de la situación y se disculpó, pero le quité importancia y me metí en la ducha de al lado mientras
seguíamos charlando. Esta vez la conversación subió un poco de tono. Acabé confesándole lo de mis pajas por la mañana en la ducha y con toda la naturalidad que nos caracterizaba me animó a que no dejara las buenas tradiciones simplemente por estar él ahí. Obviamente, le cogí la palabra.


Empecé a tocarme el rabo, que ya estaba morcillón, y no tardó nada en ponerse firme. La conversación seguía subiendo de tono. Estaba descubriendo el morbo de pajearme charlando con un amigo, mirándole a la cara mientras compartía ese momento, y llegó un punto en que no podía hablar sin que se me escapara un gemido. Fue la paja más corta de mi vida. Aumenté el ritmo, meneándome bien el rabo con una mano mientras me apretaba los cojones con la otra, sin poder controlar los gemidos, hasta que tuve un orgasmo bestial. Dejé toda la pared de la ducha llena de lefa y, de esos últimos chorros que salen con menos fuerza, también tenía una poca pegada en las piernas. Mientras se me relajaban las pulsaciones miré a Jorge y lo vi sonriendo, asomado por encima de la pared,
mientras me decía lo que había flipado con mi corrida. Me reí, acabamos de ducharnos y, como siempre, nos fuimos a hacer turismo.
Durante ese día se me venía de vez en cuando la escena que habíamos vivido por la mañana, pero, sobre todo, de lo que más me acordaba era de la noche anterior.
¿Volvería Jorge a meneársela esa noche? Estaba convencido de que sí, y deseaba que llegara ese momento. Sin embargo, al volver al albergue mis esperanzas se esfumaron: había cinco personas más en la habitación: dos parejas de extranjeros (dos hombres y dos mujeres) en las dos literas que quedaban libres, con cuatro bicicletas que habían medio amontonado en un hueco entre las camas y la pared; y otro chico más en la cama de arriba de la que ocupaba yo. Estaban todos despiertos, así que saludamos educadamente y nos metimos en nuestras camas. Me desvestí debajo de las sábanas y me quedé mirando el móvil hasta que apagaron las luces. Estuve despierto un rato más por si acaso Jorge repetía, pero era evidente que no iba a pasar con tanta gente allí.
La mañana siguiente, ya el viernes, fue como las primeras, con la única diferencia de que cuando fui a ducharme también estaban en el baño las dos parejas con las que compartí habitación. Los baños eran mixtos, pero solo había cuatro duchas,
así que tuve que esperar a que uno de ellos acabara para poder ducharme yo. Me gustó la naturalidad de todos, que al salir de la ducha y secarse se quedaron en pelotas mientras se lavaban los dientes, se peinaban y todo eso, pero, precisamente porque se quedaron ahí, yo me tuve que saltar la paja. Jorge se duchó después y nos fuimos. Yo volvería a casa el sábado por la mañana, así que
ese sería mi último día de turismo por allí. Y, la verdad, lo pasamos bastante bien. Hubo incluso un momento en el que estuvimos comentando, riéndonos, cómo ese día nos habíamos quedado sin paja los dos.
Al volver al albergue, las dos parejas se habían marchado ya y las literas estaban vacías. El otro chico, sin embargo, seguía allí, aunque en aquel momento se encontraba fuera. Jorge y yo estuvimos charlando un rato más, pero ninguno de nosotros sacó el tema de las pajas. Nos metimos en la cama y nos dormimos.
Al rato, me desperté. Por un momento me ilusioné pensando que había escuchado a Jorge de nuevo meneársela, pero simplemente era el otro chico, que había vuelto tarde y estaba subiendo a la cama de encima de mi. Me di la vuelta e intenté dormirme de nuevo, pero antes de que lo consiguiera por fin pasó lo que llevaba dos días esperando: empecé a escuchar un movimiento con las sábanas, un ruido flojito pero constante de sube y baja, y noté ese olor a rabo tan reconocible. Jorge se la estaba meneando.
Me puse a tope enseguida imaginando cómo sería su rabo, sus huevos, su cara de placer, pero no me atrevía a hacer nada con el otro chico en la habitación, así que simplemente me quedé quieto. Jorge empezó a lanzar pequeños suspiros y entonces creí notar algo. ¿Se estaba moviendo mi cama? Al principio pensé que me lo había imaginado, pero al poco tiempo vi que no, que se estaba moviendo de verdad, a un ritmo constante similar al que escuchaba antes proveniente de Jorge.
Y, de nuevo, fue evidente lo que pasaba: el otro chico se la estaba meneando también. En ese momento algo me hizo click y dije: a la mierda. Me retiré las sábanas y empecé a menearme la polla por fin, después de tanto tiempo teniéndola durísima.
Fue un momento genial. Los tres a la vez pajeándonos, dándonos placer a tope, a oscuras. Me destapé del todo y me puse más cómodo, quitándome los gayumbos.
Tanto Jorge como el otro chico seguían meneándosela de forma sigilosa, pero yo me envalentoné y empecé a darme más duro, soltando algún que otro gemidito. Por supuesto, desde ese punto se perdió todo el cuidado. Escuché a Jorge quitarse los pantalones del pijama y machacársela más duro, y lo mismo con el otro chico.
De repente, la litera se movía más y más. El ambiente estaba cargadísimo, olía a rabo y a sudor, lo cual, al menos a mí, me ponía más y más burro. Me agarraba los huevos, me frotaba el capullo (mojadísimo de lo cachondo que estaba), me pellizcaba los pezones, suspiraba, gemía y disfrutaba escuchando a mis compañeros de habitación mientras nos dábamos placer los tres.
Llegó un punto en el que Jorge paró y supuse que se había corrido, ya que lo escuché moverse para limpiarse. El otro chico y yo seguíamos a lo nuestro. La paja en la ducha junto a Jorge había sido muy rápida, y esta quería disfrutarla más. De repente, noté como si la habitación se oscureciera un poco más aún, y es que Jorge no se había corrido, se había levantado y estaba enfrente de nuestras
camas. Un gemido ahogado del chico de arriba, sumado a que la litera paró de moverse un momento, me indicó que Jorge había cambiado su rabo por otro.
No me lo pensé. Con mi mano libre busqué la silueta que tenía enfrente de mi, y no tardé mucho en agarrar la polla de Jorge. Si antes creía que estaba en la gloria, eso era el puto paraíso. Empecé a pajearle poco a poco mientras lo escuchaba gemir. De vez en cuando paraba para pasar mi dedo gordo por su capullo y su frenillo, algo que a mi me flipa y que, por lo que estaba escuchando, a Jorge
también. Seguimos así un rato, yo no sabía qué estaba pasando arriba, pero sí quería hacer una cosa. Dejé de meneármela, me incorporé en la cama mientras seguía haciéndole la paja a él y acerqué mi nariz a su rabo. Fue lo mejor que hice en toda mi vida. De repente, no podía despegar mi cara de ahí. Bajé hasta meter la cara entre sus cojones, aspirando todo lo que podía, mientras se la seguía meneando a tope con una mano y me agarraba a su culo con la otra. Agradecí infinitamente que Jorge se duchara por las mañanas y no por las noches, ya que si hubieran olido mucho a jabón no habría sido lo mismo. Creo que estar con mi cara metida en sus pelotas hizo que Jorge no pudiera aguantar más, porque mientras estaba así sentí su rabo crecer más en mi mano, empezó a gemir a tope sin intentar disimularlo, y poco después me estaba bañando con su leche. Me relamí para probarla mientras chorreaba por mi cara y mi pecho, mientras seguía oliéndole los huevos. Estaba a mil. Al poco rato escuché los gemidos del chico de arriba y, por cómo sonaba, debió de ser una corrida brutísima.
Mientras, yo seguía con mi cara metida en el paquete de Jorge y notaba cómo su rabo se iba desinflando. Entonces noté cómo sus manos me separaban de él, me volvían a tumbar y se agachaba a mi lado. Un poco a tientas, me acarició todo el pecho, llenándose su mano con su propia lefa, para agarrarme después el rabo.
Puedo decir que nunca me han hecho una paja tan buena como aquella. Con una mano experta me pajeaba mientras con la otra me acariciaba, me pellizcaba y me estrujaba todo mi cuerpo. Yo no podía hacer otra cosa que contorsionarme de placer mientras gemía a tope. No pude aguantar demasiado y, al poco rato, exploté.
Justo cuando lancé el primer chorro Jorge me agarró el capullo y empezó a frotármelo con su mano libre, mientras seguía pajeándome con la otra. Mi corrida se quedaba toda en su mano mientras yo, literalmente, gritaba de placer. No sé cuánto duró aquel orgasmo, la verdad, pero fue uno de los mejores que recuerdo.
Cuando me relajé, retiró sus manos de mi polla, empapadas. Sentía mi leche resbalar de mi rabo a mis huevos, y de ahí gotear a las sábanas. Noté cómo Jorge se subía más a mi cama, tumbándose encima de mi, hasta notar una de sus manos pringosas en mi cara. Y, entonces, me besó. Con nuestras piernas entrelazadas, su rabo encima del mío, empapados en lefa, abrazándonos, nos besamos. Sin
decir nada cogió la sábana, nos tapó a los dos y nos dormimos abrazados el uno al otro.
A la mañana siguiente me desperté temprano. Me levanté de la cama con cuidado, intentando no despertar a Jorge, y fui a la ducha. Ese día no me pajeé allí. Cuando volví seguían dormidos los dos. La habitación seguía oliendo a tíos, a rabos, a lefa.
Se me puso dura de nuevo, pero me tuve que controlar, me vestí en silencio, cogí mis cosas y salí. Me paré casi en la puerta de salida del albergue y, rápidamente, saqué un boli y un papel de la mochila, escribí mi número de teléfono, volví a la habitación y se lo dejé a Jorge, que estaba aún dormido, en la mano. Entonces sí, me di la vuelta y me fui, pensando en que nunca supe cómo se llamaba el otro chico.

 

¿¿¿Te ha gustado???

Mándanos tu relato

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.