Reencuentro con mi mejor amigo de la adolescencia
Experiencia por: @_fSp_Pedro
Categoría: Experiencia
Fecha: 21/03/22
Verano de 2019. Me encontraba sentado en una terraza de un bar de Malasaña con mis amigos cuando, de repente, escuché una voz conocida. Volví la cabeza y no me lo podía creer: era David, allí, sentado a dos mesas de distancia.
Conocí a David en el instituto. He de confesar que al principio no podía con él: durante los primeros días de clase me cayó fatal y no teníamos ningún tipo de contacto. Nuestra relación empezó cuando un profesor, espabilado él, nos pidió que escribiéramos en una lista el nombre de los compañeros junto a los que no quisiéramos sentarnos. Y yo, que estuve poco rápido y era un poco tonto, puse su nombre. Evidentemente, al día siguiente estábamos pupitre con pupitre.
Fueron unos primeros días un poco incómodos y apenas hablábamos el uno con el otro.
Poco a poco empezamos a charlar sobre temas de clase, sobre nuestras aficiones, sobre nuestras vidas, hacíamos gracietas y nos reíamos. Se convirtió en mi mejor amigo antes
de darme cuenta. Yo siempre he sido extremadamente introvertido, y con él en poco tiempo pude abrirme completamente y ser yo mismo.
Durante esos años de instituto tuvimos una amistad increíble. Lo hacíamos todo juntos: desde quedar para jugar a la play, hasta salir de fiesta (¡él fue quien me convenció de que
me bebiera mi primera cerveza!). Quedarnos a dormir juntos, en su casa o en la mía, era algo frecuente. Pero, como por desgracia suele ser habitual, todo lo bueno tiende a
acabarse.
Al acabar el instituto tocaba la universidad, y llegó el momento de separarnos: él se fue a estudiar a Madrid, mientras que yo tiré para Andalucía. El primer año siempre
encontrábamos huecos para quedar, pero, poco a poco, nuestra amistad se fue enfriando.
Y fue a peor cuando él salió al extranjero, sin fecha fija de vuelta. Nuestra relación parecía que había terminado ahí.
Pasaron los años. He de reconocer que yo, en cierta manera, me olvidé de él. Nuevo grupo de amigos, parejas que venían y se iban y responsabilidades laborales hacían que el
recuerdo de esos días se hundiera más y más en mi memoria. Y, entonces, llegó 2019, verano, tomando algo en una terraza.
Me levanté de la mesa y fui hacia él. Había cambiado un poco respecto a la última vez que lo vi, pero era él.
-Hola, ¿David?
Él volvió la cabeza y me miró. Nos miramos. Nuestra cara se iluminó con una sonrisa de felicidad y nos abrazamos, casi llorando ambos por el reencuentro.
En unos pocos días éramos incluso más amigos que antes. Íntimos, inseparables, cómplices y, por qué no decirlo, algo cabrones el uno con el otro. A las dos semanas de reencontrarnos ya
estábamos hablando de compartir piso, y un mes y medio después, nos estábamos mudando.
La convivencia con él era genial, no tuvimos ni un problema para adaptarnos, y la extrema confianza que teníamos hacía que estuviéramos muy cómodos el uno con el otro. No tardamos
mucho tiempo en llegar a estar tranquilamente en gayumbos charlando horas y horas entre nosotros; el pudor en el baño no existía y uno podía estar duchándose y el otro lavándose los
dientes sin problema; e incluso había veces que dormíamos juntos después de ver una peli en la cama tranquilamente. Pero todo lo hacíamos sin ningún tipo de connotación más allá de una
profunda amistad. Aún con eso, parecía que estaba claro cuál iba a ser el siguiente paso en nuestra relación.
Un día yo volvía a casa de trabajar bastante pronto. Escuchaba a David en su cuarto y saludé desde la puerta, sin obtener respuesta. Me extrañó un poco y fui hacia su dormitorio. Me lo
encontré totalmente desnudo, auriculares puestos, porno en el portátil y meneándose el rabo tranquilamente. La verdad, me hizo gracia la escena.
-¡Tío! -le dije – ¡Qué bien te veo!
Se giró hacia mí y se asustó. No porque le pillara pajeándose, sino simplemente porque no esperaba verme allí, porque en cuanto me vio, medio riéndome de él, se rió también y siguió a lo
suyo, diciendo:
-Tío es que he encontrado un vídeo buenísimo y no he podido evitarlo. ¡Y no te esperaba tan pronto!
-He salido hoy un poco antes, si lo sé te aviso. ¿De qué va el vídeo?
Yo seguía apoyado en el marco de la puerta, como si no pasara nada. Me miró, miró al portátil, y, sin decir nada, se levantó. Pasó por delante de mí y fue con el portátil al salón, en pelotas y con el rabo en firmes. Conectó el ordenador a la tele y se sentó en el sofá, empezando a meneársela poco a poco de nuevo.
-Tío, ven, vamos a verlo.
Con toda la naturalidad del mundo me senté a su lado. El vídeo era bastante excitante, he de reconocerlo, y no tardé mucho en estar a tope yo también. Sin decir nada empecé a despelotarme, no creí que hiciera falta ni pedir permiso ni esperar una invitación a hacerlo. Ya estábamos los dos totalmente desnudos, meneándonosla, con la confianza que nos caracterizaba.
De vez en cuando nos mirábamos y sonreíamos, comentando alguna escena del vídeo. Pero los comentarios fueron siendo más personales:
“-Buah, te lubrica bastante el rabo. Lo tienes mojadísimo cabrón.
-¿Cómo haces para tener esos pedazos de huevos?
-Mira, cógete el rabo así y verás qué gustazo.”
Eran algunas de las frases que se pudieron escuchar.
Poco a poco nos habíamos ido recostando en el sofá, juntándonos. Estábamos pegados, sudando, meneándonosla tranquilamente. Estábamos felices.
Llegó por fin el punto en el que nos olvidamos del vídeo y nos pajeábamos charlando y comentando la jugada del otro. Hasta que David dijo la frase que desembocó todo lo demás:
-Creo que yo la tengo más grande.
Nos picamos, como se pican todos los amigos por cualquier tontería.
-Los cojones -dije -La tuya parece más grande porque la llevas depilada del todo y yo solo me recorto, pero es más grande la mía.
-Sí sí, claro. ¿No ves que cuando la agarramos desde la base sobresale más la mía?
-Jajaja, ¡pero porque tienes la mano más pequeña que yo!
-¡Sí, claro! A ver.
Y me agarró mi rabo. Desde la base, sin moverla, para ver cuánto sobresalía. Me sorprendió el movimiento y se me escapó un pequeño suspiro, casi casi un gemido.
-Es verdad, con mi mano ahora la tuya parece más grande que antes, pero aún así te sigo ganando.
-Quita, anda -le dije, quitando su mano de mi rabo -Vamos a hacerlo bien, levanta.
Nos pusimos de pie, mirándonos, con los rabos apuntándose el uno al otro. Nos acercamos y los pegamos. El cabrón me ganaba por menos de un centímetro.
-¡Toma! ¿Ves? Ya te decía yo que te ganaba Fue a separarse de mí, pero no le dejé.
-Eso es porque se me ha bajado un poco. Espera y verás.
A partir de ese momento, nos olvidamos del tamaño. Cogí los dos rabos, apuntando ambos hacia arriba y, frotando nuestros glandes, empecé a pajearlos. Me ganaba un poco en tamaño, pero el
mío chorreaba mucho más. Era suficiente para lubricar ambos mientras los meneaba.
Nuestras miradas alternaban entre mirarnos a la cara o al rabo. Empecé a pajear más fuerte y no pudimos evitar que surgieran los gemidos.
-Uff, David, tío, qué bueno. Tira, siéntate.
Paré el ritmo y nos fuimos al sofá. David se sentó, sin saber muy bien qué iba a hacer yo. Me senté encima de él, mirándolo, volviendo a juntar nuestros rabos que seguían a tope. Lo cogí, lo
abracé, juntando bien nuestros cuerpos, y empecé a mover las caderas, frotando nuestros miembros lubricados.
Seguíamos gimiendo a tope, mis caderas se movían cada vez más rápido.
-Tío, me corro…- me dijo David.
Escuchar eso me puso a mil.
-Yo también, tío.
Empecé a moverme más y más rápido. Gemíamos como nunca. El precum y el sudor ayudaba a que todo se deslizara de la mejor forma posible. De repente, David gritó.
-Uuuff, tíoooo…
Su lefa salía a borbotones. La sentía, caliente, regando nuestros cuerpos, esparcida enseguida sobre nosotros gracias al frote. Mi rabo estaba bañado en su leche, y no pude aguantar más. Me
agarré a su cuello y su espalda mientras gritaba. Me corrí como nunca me he corrido. Mi corrida se mezclaba con la suya, pegajosa, bañándonos en lefa mientras paraba poco a poco de
moverme.
Me quedé parado un par de minutos mientras nuestra respiración volvía a la normalidad. Me separé por fin. Hilos de semen unían nuestros cuerpos. Nos miramos, sonreímos, y estallamos en
carcajadas.
-Jajajaja, madre mía, tío, ¡mira cómo nos hemos puesto!
-Bueno, es lo que tiene. Pero vamos a quitarnos esto, que huele a lefa que no veas.
-Ya te digo, tío. Voy a por papel.
-Jajaja, yo creo que voy directo a la ducha.
-Pues también es verdad.
Nos levantamos y fuimos hacia la ducha. Fue uno de esos momentos en los que no hizo falta que dijéramos de ducharnos juntos, simplemente lo hicimos. Bromeamos, nos reímos, nos
enjabonamos la espalda, nos tiramos jabón a los ojos, …
Al salir de la ducha, me estaba sacando cuando vi a David mirarme fijamente, algo más serio. Se acercó a mí y, sin decir nada, me abrazó.
-Te quiero, tío.
Entendí a la perfección que David había expresado con esas tres palabras lo que ambos sentíamos desde hace tiempo. Y no era un “te quiero” romántico. Era la muestra de una profunda
amistad que había alcanzado su punto álgido.
Sonreí y lo abracé yo también.
-Yo también te quiero, David
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